LA VERDAD SOBRE LA CENICIENTA
CINDERELLAPINK
Érase una vez una chica joven. Tenía 25 años y en aquel entonces su manera de vivir, sin casarse, pensando sólo en leer, en aprender, en debatir… Estaba muy mal vista. Aunque en su familia la querían no podían comprender por qué era de esta manera y la única respuesta que encontraron en el único “médico” de la zona fue que sufría locura.
Como sería en el futuro, ya entonces los locos quedaban relegados a una esquina escondida de la casa y ahí se les dejaba para que nadie pudiera verles u oírles y así el buen nombre de la familia quedaba a salvo de las opiniones y murmullos de los otros clanes.
Luna vivía feliz en esa situación. Desde que le dijeron que estaba loca todos habían tirado la toalla con ella y de pronto era semi-libre. Era muy aburrido y cansado pasarse el día sin salir de los muros de su hogar, pero era una privilegiada. Su familia era rica y disfrutaba de muchas hectáreas en las que dar rienda suelta a su imaginación y a sus inquietudes científicas.
Había una muchacha en el pueblo que era su amiga y siempre veía más allá de la etiqueta de Luna. Se llamaba Eva. Tampoco era una chica al uso, pero provenir de una familia pobre la dejaba totalmente esclava del hambre y sirvienta de una sociedad donde su libertad no es que no fuese valiosa, es que era pecado mortal.
Eva y Luna se encontraban bajo un hueco que había en la muralla sur de la finca. Pasaba un río y no podía tapiarse del todo. La pequeña iba trayendo a su amiga libros que encontraba por el pueblo, pero eran pocos y solían tratar siempre de lo mismo. Aun así, Luna se lo agradecía con todo el corazón pues sabía que en aquellos tiempos y por aquellos lares era casi un milagro poder haber reunido los que Eva había logrado reunir.
Sin embargo, hacía ya muchos meses que no había forma de encontrar más. Desde que comenzaron las guerras había menos viajeros y más soldados de arriba para abajo y éstos, bastante tenían con cargar sus aperos de la guerra. Así que libros… no solían llevar.
Un día llegó al pueblo un viajante más extraño de lo que jamás Eva hubiera visto a nadie. Tenía una barba larga que arrastraba por el suelo, una larga melena acabada en una trenza atada con un trozo de esparto, túnica de muchos colores y un sombrero de paja grande para protegerse del sol. Llevaba colgada de la cintura una calabaza de agua y una navaja pequeña y se ayudaba a caminar con un gran palo del que colgaba una bolsita que parecía ser todo su equipaje.
A su paso las puertas se cerraban y las personas giraban la cara. “Los locos” cuanto más lejos mejor, ya se sabe. Y otra cosa no, pero pinta de loco tenía el buen hombre.
Tras no dar con nadie con quien poder hablar se dirigió sin perder un instante su sonrisa a uno de los arcos de salida del pueblo y se sentó en el pequeño puente que salvaba el paso de un riachuelo. Sacó de un bolsillo una hogaza de pan y masticó mirando arriba y abajo como si quisiera aprender de cada detalle del paisaje.
En ello estaba cuando de pronto una chiquilla muy joven pasó corriendo mirando hacia atrás y al liarse con la barba del anciano casi cae de bruces al suelo.
- Vaya prisas llevas chiquilla. ¿Estás bien?
- Ss… sí, sí – contestó Eva limpiándose con las manos las faldas. – Es sólo que… - Alzó la vista y aquella imagen tan estrambótica la dejo patidifusa.
- Parece que en este pueblo tampoco encaja muy bien mi estilo, ¿eh? JAJAJA – Se rio el viejo a carcajadas mostrando burlón su atuendo
A Eva, que era una chiquilla esclava pero que había empezado a ver a través de los ojos libres de su amiga Luna, aquel abuelo le pareció simpático.
- Debe ser usted de muy lejos, por que esos ropajes nunca los he visto, ni por aquí ni en los viajeros que han pasado por la posada.
El viejo tomó un palo y comenzó a dibujar en el suelo.
- Soy de un lugar muy especial - empezó a explicar mientras dibujaba un círculo - que queda muchísimo más cerca de lo que crees. – guiñó un ojo a Eva - ¿Ves? Aquí dentro viven todas esas personas de dentro de los muros de la ciudad.
- Sí, en el pueblo
- No ¡qué va! Esta línea no es visible. No la puedes tocar, sentir… Está construida de ideas ¿sabes? – Dibujó muchos puntos dentro del círculo – estos son los seres humanos - y después los unió formando una nube – y esto es su imaginario.
- ¿Imaginario? – Eva no entendía nada.
- Sí, son unas ideas que se pasan de unos a otros y que van creando una nube grande de símbolos. Hay tantos, pero tantos, que al final se unen y se funden y se solidifican y crean una muralla invisible. Al final, si no van con cuidado se encierran en sus propias ideas y no dejan entrar a nadie ni le dejan salir.
- No sé si le comprendo abuelo – dijo Eva.
- Bueno, quizás hoy no. Pero lo comprenderás JAJAJA – y el viejo volvió a reír.
- ¿Entonces vive en uno de esos círculos?
- ¡NO! ¡Por la madre Naturaleza! Me moriría. Vivo aquí – y dibujó un punto fuera del círculo.
- Vaya… pues está muy solo.
- ¡Uy no! Somos muchos más de los que crees. Pero tenemos más espacio para cada uno. Piensa que más allá de nosotros no hay límites… - el viejo veía que la cara de la niña se ponía cada vez más rara. – En fin pequeña. He oído hablar de otra que vive fuera de ese círculo. La llaman Luna. ¿Me puedes decir dónde vive?
Eva se puso de pronto a la defensiva. No pensaba exponer a su amiga. Pero su rostro dulce al endurecerse de pronto había dejado al descubierto justo lo que quería ocultar. El viejo fue más rápido:
- ¿Sabes? Creo que no tienes ni idea de lo que te hablo. Una lástima. En fin, si consiguiera hablar con ella… Tengo cientos de libros en camino. Voy a aquedarme en una ermita vacía que hay aquí al lado. Estaré toda la semana. A ver si doy con ella. Me dijeron que vive encerrada y quería regalarle todas esas lecturas. En algunas, incluso, podrá aprender el arte de volar… – Eva prestaba mucha atención – En fin, lo dicho, espero que la ermita de Pourteoverte de lo alto del Obac esté en buenas condiciones. – Y mientras iba diciendo esto el anciano fue alejándose poco a poco.
Eva quería disimular, pero estaba muy nerviosa. Se despidió con un ademán de cabeza y una sonrisa y siguió su camino a casa. Estaba anocheciendo y su familia no podía concebir que una muchachilla sola pasease por ahí. No quería problemas. Pero aun llegando a tiempo no pudo evitar, durante el tiempo de la cena, mientras servía la mesa a los hombres de la casa, que le cayera una losa nueva encima.
Pasó toda la noche presa de una agitación tremenda. A penas podía cerrar los ojos. Al final, cuando el cansancio le venció, el último pensamiento fue clarísimo: “mañana sin falta tengo que volver a ver a Luna”.
Ya había pasado la hora de comer. Luna descansaba leyendo a la sombra de su árbol favorito, el magnífico sauce llorón que disimulaba el agujero en el muro por el que Eva se colaba. Oyó un ruido y se asustó. “Hoy no tiene que venir… ¿qué será ese ruido?”, dejó el libro al lado y se escondió tras el tronco.
- ¿Luna?...
- ¡Eva! ¡Qué susto! ¿Ha pasado algo? ¿Cómo que vienes hoy?
- Siéntate que tengo mucho que contarte.
Eva tenía un semblante demasiado serio y preocupado así que Luna no quiso ni preguntar. Prefirió que su amiga desahogase todo cuanto tuviera que explicar. Y así fue, Eva comenzó a hablar y a contar todo el encuentro con el viejo.
- ¡Mujer! ¡Con la cara que traes me habías dejado asustada! ¡Si es magnífico! ¡Cientos de libros! ¡Es un sueño hecho realidad! ¡Y volar! ¿Te imaginas? ¡Libre por fin! – Pero el entusiasmo de Luna se iba disipando poco a poco mientras observaba a su amiga y la veía ir desmoronándose más y más. - ¿Qué pasa?
- Hay más Luna…
Eva comenzó a contar lo que pasó a llegar a casa. Resultaba que el Rey del pueblo había decidido montar una fiesta para conocer a todas las doncellas del reino. Había cumplido 35 años y tenía que casarse para asegurar la corona ante el clero, ya que la guerra estaba demasiado cerca y había demasiados intereses en juego. Necesitaba una familia que encajase en los estándares.
El rey había hecho llamar también a todos sus generales y para congraciarse con ellos iba a ofrecerles que de entre las doncellas que quedasen tras su elección, ellos eligieran a una para quedársela. De ese modo contentaría al clero y al ejército. Quería imposibilitar lo más posible una sublevación.
Así que al día siguiente por la noche, todas las doncellas debían vestirse y preparase para estar a las 10 en perfecto estado de revista. Sus padres le habían comprado un vestido y una lazada magníficas. Habían invertido hasta lo que no tenían para ganar el favor de esos señores poderosos y que sus hijas salieran del agujero de la pobreza, ambas cosas de un solo plumazo.
- Así que mañana debo presentarme para ser elegida por un rico que hará conmigo cuanto quiera – Fue lo último que alcanzó a decir Eva antes de romper a llorar.
Luna no pudo reaccionar. Sólo abrazó a su amiga e intentó hacerle llegar que no estaba sola y que siempre estaría a su lado.
De pronto un rayo le atravesó el pensamiento y una sonrisa apareció en su boca.
- Eva, vete a casa, finge que todo te hace tremenda ilusión y sigue adelante. No tengas miedo. Nadie se te va a llevar. Pasa por la ermita y dile al viejo que me espere mañana por la noche. A media noche en punto. Y piensa en poner bajo tu vestido ropas y calzado cómodo.
Eva no sabía qué pretendía Luna, no comprendía cómo iba a escapar su amiga, todo el mundo sabía quién era y de su locura y si salía de los muros era seguro que la matarían. Tampoco entendía bien cómo su imposible huida influía en el matrimonio de ella, pero la vio tan decidida que no tuvo duda. La abrazó, la besó y tomó el camino de vuelta a casa. En la ermita no encontró a nadie, pero dejó una nota. Entonces corrió para llegar lo antes posible y que nadie sospechase de su excursión furtiva.
Nada más marcharse Eva, Luna se levantó, fue al granero donde vivía, tomó algo del jabón, los polvos para el rostro y los perfumes que sus padres seguían dejándole cerca por si en algún momento recuperaba el juicio. También algunos de los vestidos que amontonaba en una esquina. Volvió al río, se bañó para quitarse la ceniza que se le había quedado pegada esa mañana experimentando en la chimenea del gran comedor y se peinó, vistió y se perfumó.
- Madre mía… Con esta ropa es imposible subirse a los árboles o tumbarse en el bosque para sentir la lluvia. En fin…
Escondió en el granero sus libros y puso orden en todo lo demás. Cuando todo estuvo listo se dirigió a la casona de su familia en el centro de la inmensa parcela. Al llegar se paró ante el balcón donde sus padres tomaban u agua caliente con naranja.
Los miró desde abajo, hizo la perfecta reverencia, bajó la mirada y pidió permiso para sentarse a la mesa con ellos.
Sus padres estaban atónitos, pero al fin y al cabo su hija no estaba bien. Así que lo único que pudieron verbalizar fue un “por supuesto”.
Mientras Luna entraba a la casona y subía las majestuosas escaleras hacia el primer piso, su padre acertó a llamar a Esteban, el criado, y lo mandó a revisar el lugar desde donde venía su hija.
- Oh querida, pasa, pasa… - Dijo al ver a su hija en el arco de entrada de la habitación mientras indicaba a Esteban que podía retirarse.
Luna repitió la reverencia y se acercó despacio. Se sentó recta como un palo en el borde de la silla como se esperaba de una señorita y esperó sin abrir la boca que su madre le ofreciera la infusión. La hija agradeció con protocolo perfecto el gesto y esperó paciente a ser servida antes de, con toda la delicadeza del mundo, tomar la taza y sorber durante un segundo esa agua caliente que halagó con elegancia.
- Padre, madre, tiempo ha que me vengo sintiendo muy agradecida con sus mercedes. Sé cuantísimo han sufrido por mi culpa, por mi gran culpa. Hace mucho que Dios me iluminó y de pronto aquella nube de enfermedad desapareció. Llevo meses haciendo penitencia durmiendo en el granero para que pueda ser disculpada a sus ojos y a los ojos del Magnánimo. Ruego por favor me tomen de nuevo como hija, esta vez como la hija agradecida, sensata y obediente que siempre debí ser. Si vuestras mercedes me repudian sepan que lo entenderé perfectamente y dedicaré mi vida a la oración en el convento que nuestro amado párroco está construyendo con el beneplácito de su majestad el Rey.
Los padres quedaron ojipláticos. Llevaban toda la vida esperando oír esas palabras pero no podían fiarse aun. ¿Y si el diablo les tentaba desde la enfermedad de su hija? Pero llegó Esteban y al oído explicó al padre el orden que reinaba en el granero, que no quedaba un libro, que olía limpio y que la chica había empezado a usar perfumes y polvos para la cara.
El padre lo comunicó a su esposa y ésta rompió a llorar. Él visiblemente emocionado se levantó y se dirigió a la balaustrada para decir, mirando al horizonte – Es un milagro. Es el milagro que hemos esperado tanto tiempo. El señor nos ha reconfortado tras años de sufrimiento. Nos ha hecho mártires y hoy nos regala por fin la recompensa. Y no es casual. Hija, bienvenida a casa. Por fin. Justo hoy. El día en que todas las doncellas del reino se preparan para luchar por ser reinas, la más hermosa, sabia y fuerte de todas vuelve a casa. No cabe duda que no sólo hemos ganado una hija, si no que vamos a ser por fin aquello que nos merecemos, ¡reyes! ¡ejem! la familia de la Reina.
El hombre siguió explicando todo lo referente a la fiesta del día siguiente entusiasmado y la madre mientras llamaba a una criada tras otra para encargarle un vestido, un adorno, una lazo, una joya…
- Muy bien hija – Dijo el padre ya cuando el sol se ponía – ves a descansar a tu cuarto que ya has penado bastante por tu pecado. Descansa que mañana será un día milagroso para toda la familia.
Hacía demasiado tiempo que Luna no había entrado en aquella habitación demasiado fría, demasiado triste, sin libros, sin naturaleza, sin alma. Pero pensó que como dormir no iba a dormir, le daba igual un lugar que otro. Echó con educación a todas las criadas que le iban trayendo ahora agua, ahora mantas, ahora un dulce, ahora unas santas escrituras… y aprovechó ésta última para pedir una noche de oración en soledad para el día de mañana estar lista y poder conseguir para sus padres todo aquello que tanto merecían.
Cuando por fin se cerró la puerta Luna se aflojó el vestido, se acercó a la pared y buscó aquella piedra floja donde años antes guardaba su mayor tesoro. Y sí, ahí estaba, no tardó ni un momento en dar con ella.
La retiró y sacó unos pantalones y un blusón llenos de polvo pero que se habían salvado de los roedores y la humedad. Seguían tan enteros como entonces. Igualmente el cincho, la daga y las botas con las que se escaba al principio por las noches cuando sus padres la encerraban en la habitación.
Remendó lo que estaba roto del tiempo, afiló la daga y escondió todo bajo las sábanas de forma que nadie pudiera percibir su existencia.
Al día siguiente fue la hija soñada para sus padres que nunca había sido. Obediente, responsable, hacendosa…
Tras la comida de medio día, en que Luna no tomó bocado para estar por la noche más delgada y pálida aun para atraer al Rey con su belleza, le prepararon el baño y la quisieron bañar.
- Padres, no puedo consentir que nadie me vea hasta estar lista. Demasiados años salvaje me han causado, al despertar en la iluminación, un pudor extremo por mi cuerpo y no quiero que lo vea nadie más que mi esposo y cuando él lo decida.
Los padres henchidos de orgullo consintieron a su hija asearse y prepararse sola. Entró pues en sus aposentos, cerró la puerta y entonces… se puso el pantalón, el blusón, se ató la daga a la cintura y se colocó las botas. Encima se coló el vestido. Había tenido mucho cuidado cuando le hicieron los arreglos de que fuera lo bastante largo para tapar las botas y lo bastante ancho para guardar la daga y los repipis zapatos con adornos de cristal que habían diseñado a juego con toda la parafernalia.
Para disimular el juego llamó de nuevo a las criadas y les pidió que la ayudaran a peinarse y a maquillarse ya que tras tantos años no sabía como estaba la moda del momento.
Sus padres que la supervisaban a través de las criadas quedaron tranquilos de ver que su hija efectivamente estaba cumpliendo con lo establecido.
Eran casi las 9 de la noche cuando el coche se paró ante la puerta de la casona para llevar la familia a palacio. El camino no era largo y transcurrió en un silencio lleno de sonrisas, los padres por estar por fin tranquilos y en paz y Luna porque todo absolutamente iba según lo previsto.
De las ventanas de palacio colgaban crespones de todas las grandes familias, todo lo más granado del clero y el ejercito estaban ya paseando por los salones y murmuraban entre ellos mientras observaban a las muchachas que debían entrar solas para poder ser mejor escudriñadas por los nobles varones.
Luna se despidió con un beso pulcro de sus padres y con un protocolo exquisito de nuevo, entró en palacio. Allí donde llegaba y era anunciada desataba la sorpresa primero, por ser quién era (aunque el rumor del milagro que encarnaba la precedía), y la admiración después, por su belleza y su saber estar. Estaba paseando tranquila por aquellos salones de techos altos cuando se cruzó con su amiga Eva que la pobre llevaba un semblante terrible de pesar y tristeza. Al ver a Luna casi se le para el corazón. Se olvidó absolutamente de dónde estaba y sólo podía mirar de arriba abajo a Luna sintiendo que no cabía otra posibilidad que estar en un sueño, o en una pesadilla.
Luna se le acercaba cada vez más y justo antes de desviarse un poco para no tocarla le guiño un ojo y sonrió. Justo en ese momento Luna pareció desvanecerse. Eva alcanzó lo justo a cogerla para que no cayera al suelo y la cara de Luna descansó sobre su hombro. Eva oyó un susurro: “diles que simplemente es el calor de la sala y que si puedes acompañarme a algún lugar para que respire un poco”. Las personas se arremolinaban alrededor de ellas y Eva, sin saber ni de dónde le salían las fuerzas pudo trasladar el mensaje de su amiga que parecía ir mejorando poco a poco, pero aún así estar aun sumamente mareada.
- ¿Seguro que es eso? No es ella la muchacha… en fin… - Dijo un clérigo
- Sí padre… Soy yo. Pero no sufra. He estado muchos meses de penitencia flagelándome con una vida de abandono en el campo más solitario de las tierras de nuestra familia. A penas comiendo y bebiendo lo justo para vivir. La emoción de verme hoy aquí, rodeada de vuestras mercedes y comprender lo afortunada que soy es posible que me haya dejado si aliento un momento.
- ¿Quiere que la acompañe a tomar un poco de aire señora? – Dijo Eva.
- Sería bueno. Pero que decidan estos grandes, magnánimos y santos señores – Acabó Luna haciendo una reverencia.
Los susodichos señores se ablandaron ante el cumplido y estuvieron de acuerdo en que Eva acompañase a Luna a tomar un poco el aire.
Ambas se acercaron a la puerta más próxima a los jardines cuando una voz retumbó tras de ellas.
- Me van a permitir que las acompañe damas. – Era el mismísimo Rey el que hablaba.
Luna cerró los ojos un instante, eso estaba fuera de sus planes, pero se giró fingiendo su mejor sonrisa y contestó:
- Faltaría más majestad.
Estaban los tres solos bajo el cielo estrellado. Eva abanicaba con delicadeza a Luna y esta fingía mantener ese extraño mareo. El Rey la miraba de arriba abajo. Comenzó a hablar de pronto:
- Me parece que ya he elegido. Necesito una Reina que contente al clero y la que viene de un milagro será la que mejor acojan seguro. Y mis soldados no quieren un rey manipulado por una esposa mangoneadora y con tus antecedentes de locura seguro que puedes vivir en una torre apartada sin que deba sospecharse nada extraño. Serás la nueva Reina.
La verdad es que el plan de Luna inicial había cambiado sobre manera pero de pronto había tomado un cáliz muy interesante.
- Majestad, no tengo palabras. A su servicio siempre. Como usted desee. Encerrada en una torre o en el convento. Lo que sea mejor para el reino. Pero volved con vuestros invitados, no quisiera por nada del mundo que alguien aprovechase su ausencia para tejer traiciones bajas. – Efectivamente Luna había leído bien lo que el Rey sentía. De hecho éste se giró en seguida a mirar a su palacio. – Id majestad id.
- ¿Y vos Luna? ¿Huiréis?
- ¡Nunca! Se quedará esta campesina como criada vuestra a vigilarme y además para que no quepa duda alguna de que aquí os esperaré… - se agarró el vestido y miró al Rey - ¿puede su merced mirar un momento al lado? – Al Rey le pareció divertido y desvió un poco la mirada. Luna hizo un gesto rápido y descolgó uno de los zapatos que colgaban bajo sus muchas capas de incomodísimas telas. - Aquí tenéis mi zapato. ¿No creeréis que puedo huir descalza por este escarpado suelo, de noche y asustada?
El Rey tomó el zapato. La miró y se encaminó al interior no sin antes advertirle a Eva que si Luna huía ella pagaría con su vida. Le oyeron a lo lejos gritar a sus hombres entre risas. “¡Elegid mujer señores, pues la del Rey ya está apartada de la manada y calza este perfecto zapato de cristales!”
- Tenemos sólo un minuto.
Luna y Eva se metieron raudas tras un arbusto y se quitaron los ropajes quedando en pantalones, blusón y botas ambas. Escondieron bien los vestidos y comenzaron a correr. Escalaron sin problema los muros del castillo y saltaron cuidadosamente al otro lado. No debían espantar a los caballos. Corrieron y corrieron. Debían ser ya casi las doce y estaban aún demasiado lejos. Sabían más o menos donde caía la ermita pero debían para llegar ascender un camino pesado desde el pueblo hasta allí. Gestionaron las fuerzas con la eficiencia propia de tantas tardes de entrenamiento y juegos en el bosque con los que conocían no sólo el campo si no sus propios cuerpos y sus señales al detalle.
El camino terminaba en un sendero bastante llano que parecía no tener fin. Vieron brillar algo a lo lejos justo cuando el reloj de la iglesia daba la medianoche.
- ¡Corre Luna! ¡Es la cadena! ¡Detrás ya está la ermita!
Ambas corrieron y corrieron ya tenían la cadena a tocar y detrás se vía la luz encendida de la pequeña ermita de la pourteouverte del Obac.
Pero sonó la última de las campanadas y la ventana se apagó. Justo cuando ambas sorteaban la cadena.
Supieron que algo había pasado, pero no sabían el qué. Se pararon. Se miraron. Y continuaron caminando ya sin prisa. Algo les decía que no era ya necesaria tanta ansiedad.
La puerta de la ermita estaba abierta. Entraron, pero no había nadie. Sólo una mesa y un libro sobre ella. Encendieron la pequeña llama y leyeron el título: “Un mapa de libros”.
Dentro eran todo cartografías de todo tipo que señalaban los caminos más extraños. Todos acababan en lo mismo, un libro que aparecía dibujado y en el pie de página de cada mapa el nombre de éste.
Eva miró a Luna:
- ¿Y ahora qué?
- Por primera vez en mi vida no lo sé Eva… - Dijo Luna levantando el libro para salir de nuevo al camino. Pero entonces una hoja cayó de éste.
Era una carta:
Queridas mujeres,
Soy el sol. Os he visto miles de veces jugar, aprender y leer en aquel hermosísimo jardín. Quería abrir una grieta en el muro que os retenía puesto que estaba claro que aquel círculo vuestro se os quedaba muy pequeño.
Así que decidí venir. Aunque parece que no había entendido mucho de cómo era la moda del momento sólo fijándome en vosotras.
Fuera del círculo hay un universo infinito. Tomad el camino que queráis.
Os prometí cientos de libros. Cada mapa os conducirá a uno.
Ahora volved atrás. Deshaced el camino hecho para llegar a esta ermita.
Y partid desde ahí.
¡Suerte valientes!
El sol.
PD: Me hubiera gustado esperaros hasta más allá de las doce, pero las perseidas que eligen quien brilla de noche me dieron sólo el permiso justo. No sufráis, mañana os veo de nuevo.
Ambas muchachas se miraron. Estaban atónitas. Tardaron un rato en reaccionar.
- ¿Cómo vamos a volver? ¡Nos matarán! - Dijo Luna.
- Yo conocí a un viejo de ropajes raros en el que creo que debemos confiar. Sin él no estaríamos hoy aquí. - Dijo Eva encogiéndose de hombros.
- Es una locura absoluta Eva
- Bueno, ¿y no somos dos locas acaso? Al fin uy al cabo, si no hubiéramos escapado lo que nos esperaba no era mejor que la muerte así que…
Ambas suspiraron, miraron de nuevo la carta y supieron que harían caso al firmante: ¡El sol! Menuda locura…
Se apretaron los cinchos, revisaron el estado de las dagas, se ajustaron las botas y tomaron prestada de la ermita un pequeña saca con asa para colgarse el libro y la misiva.
Se situaron frente a la cadena y se dieron la mano.
- Volver… - susurró Eva
- Es una locura… - Susurró Luna.
Y juntas comenzaron a bajar.
Pero cuando llegaron abajo del todo, Al valle que precedía el camino… no había pueblo. No había palacio. ¡No estaban en su tierra!
Delante de ellas se extendía una pequeña aldea de casas pequeñas, extrañas y tras ellas se dibujaba un pequeño puerto. Se olía el mar y se oían las olas. Las casas estaban iluminadas y colgaban flores de todas las ventanas. El suelo era de piedras de colores. Era imposible. Era raro. Era una locura.
Siguieron andando y por las ventanas veían a gente vestida de la misma manera estrambótica que el Sol. En una casa se debatía sobre ética. En otra se cantaba a toda voz. En otra había dos mujeres pintando un hermoso mural en la pared. En otra las personas escuchaban llenas de luz en sus ojos a una que leía…
Era imposible. Era raro. Era una locura.
- Hola Eva. Hola Luna. Tenéis un viaje que hacer pero primero tendréis que comer algo, ¿no?
Una mujerona gordota y sonriente con el pelo cortísimo, un pañuelo en la cabeza y dos hojas en las orejas las miraba con los brazos en jarra.
- Pasad. Os estábamos esperando.
Luna y Eva no daban crédito. Al unísono preguntaron: - ¿pero dónde estamos?
- ¡Qué graciosas! ¿Dónde vais a estar? ¡Fuera del círculo! ¡En el universo!
Salió otra muchacha a buscarlas.
- ¡Cómo me llamo Leia que si se enfría la comida con lo que me ha costado preparar ese montón de recetas inventadas se va a liar un buen follón!
De pronto sabían que estaban donde tenían que estar y ya no tenían miedo.
Nada era imposible. Nada era raro. Era una bendita locura.
Epílogo:
El Rey a la mañana siguiente estaba solo. Pero había presumido demasiado de su logro así que no le contó a nadie que su captura había escapado. Dijo que se había casado en secreto porque su dama se había enamorado locamente de él en el baile. Y desde entonces hizo correr la leyenda de la pobre mujer envuelta en basura y cenizas a la que llamaba Cenicienta y que salvó gracias a su amor, fuerza y perseverancia. Y así es como, deformándose a cada generación un poquito, aquella chica que se manchaba de cenizas haciendo experimentos para comprender la naturaleza que la rodeaba, se transformo en la Cenicienta del zapato de cristal que todos y todas conocéis.
Firmado
Luna (La Cenicienta) y Eva (El hada Madrina)
1484-2020, desde un pequeño pueblo en el Himalaya donde andamos buscando nuestro 347º libro.