DEDICADO A TODOS LOS QUE ME HAN AYUDADO TANTO
07.03.2013 16:09
PARA TI: SIEMPRE JUNTOS
No sé cómo definirte, no puedo llamarte novia, mujer, amiga… serías lo más parecido a una compañera de viaje, que me acompaña en el camino de la vida.
¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Ya hace mucho tiempo que llegaste a mi vida. Éramos unos niños…
Me acuerdo que eras de color azul con las letras de BH y unos maravillosos zapatitos de plástico. ¡Eras tan pequeñita que no te aguantabas de pie! Nos pasábamos las horas jugando juntos en el patio de la abuela Trini, los fines de semana nos dedicábamos a correr por el camping de Camprondon. Crecimos juntos y felices.
Años más tarde cambiaste tu aspecto y tus aficiones, recuerdo que te gustaba tu vestido de color azul turquesa con el leoncito Peugeot. Fue una época de descubrimiento, de libertad. Nos gustaba salir a la calle, con tus zapatos de montaña y poco a poco. Volar juntos fuera del nido aunque siempre volvíamos. Nunca nos cansábamos de correr de arriba abajo. ¿Te acuerdas cuando subimos el Tourmalet? ¡Qué gran gesta para unos renacuajos!
Tú y yo necesitábamos más, y crecíamos, tal como marca el ciclo de la vida. Pero siempre juntos. Mientras otros niños jugaban con la pelota, tú y yo teníamos cada día aventuras cada vez más interesantes. Recuerdo con gran emoción cuando la televisión nos cautivaba admirando al gran Miguel Induráin. Él también tenía una compañera como tú… Soñábamos con imitarlo, creo que no había un solo segundo del día que dejáramos de soñar. A Papá y a Mamá les hablaba tanto de esos sueños que se dieron cuenta de que queríamos luchar para que esos sueños se hicieran realidad.
Sólo te hacía falta un aspecto más competitivo. Papá y Mamá nos ayudaron a cambiar nuestra estrella aquel junio del 96’. ¡Qué guapa que estabas! Plateada, ¡cómo brillabas!, color titanio, la gente nos paraba por la calle para admirarte. Corríamos rápido como nunca. Te parecías tanto a la compañera de Miguelón… Incluso dormíamos en la misma habitación. Íbamos a muchos lugares por el asfalto. JUNTOS conquistamos los grandes puertos de los pirineos. Éramos un equipo invencible, pero no teníamos suficiente: necesitábamos correr. Era el año 97’, fue entonces cuando empezamos nuestra aventura en el ciclismo.
Los dos corríamos, pero siempre juntos. Tu bonito traje color titanio se cambió por uno de color rojo de marca Massi mientras que crecías. No podíamos gastar en trajes en esa época de cambios. Las carreras no iban nada bien, éramos jóvenes y no sabíamos muy bien lo que era el ciclismo. Nos gustaba tanto correr que estábamos dispuestos a sufrir y a aprender. Sangre, sudor y lágrimas pero recorriendo el camino de la felicidad juntos.
Pasó el primer año y llegó el 98’… ¡Qué gran año pasamos! Perdiste un poquito de peso y mantuviste el look de nuestro color favorito, el rojo. Pero esta vez la ropa era nueva marca Macario y los zapatos de aluminio. Nos entrenábamos incluso de noche, para ser más rápidos, si no que le pregunten al polígono industrial de la Llana en Rubí. Teníamos una ilusión que nos desbordaba. Nuestros cuerpos se adaptaban a los cambios y asimilábamos los quilómetros. Llegaron nuestras primeras victorias, el sueño de parecerse a Induráin se acercaba en nuestra mente adolescente.
Después de un año de diversión y éxito, llegó el momento de dar un paso más adelante y buscar una vía que nos ayudase a llegar a nuestro objetivo. ¿Te acuerdas? Nos fuimos con los Nicky’s, ¡qué ilusión! Era el mejor lugar desde donde podíamos correr. Pasamos de ser cadetes a juveniles. La cosa se ponía seria. Más dedicación… lo que era una ilusión poco a poco se volvía obligación. Aumentaba la dureza.
Los resultados nos acompañaban y en mi mente adolescente eso provocaba una falsa ilusión. Corría sólo por la victoria. Yo dejé de verte como una compañera, empecé a utilizarte para que me dieras el éxito. Perdóname, me equivoqué. Perdí de vista la filosofía del ciclismo, la filosofía de disfrutar sufriendo, de ver el ciclismo como un modo de vida.
La época de juveniles estuvo marcada por el éxito deportivo, pero fue el principio del fin. El momento en que ambos tomaríamos caminos diferentes, en que nuestra ilusión se enfriaría. Nos distanciamos.
Intentamos seguir un tiempo haciendo el camino juntos, pero para ser ciclista profesional hacía falta soñar y darnos fuerzas para mantener viva la ilusión de aquel niño que quería imitar a Induráin. Pero el paso del tiempo iba marchitando ese sueño…
Nos seguíamos viendo pero ya nada era lo mismo. No nos reíamos. No compartíamos las mismas ilusiones. Habíamos volado del nido pero cada uno por su lado.
Tú vivías una época de soledad, de nostalgia, pero siempre mantuviste tu espíritu competitivo. Y yo vivía en un mundo irreal tropezándome con las piedras que pone el camino de la vida adulta.
Poco a poco, caía más abajo, buscaba la felicidad y no la encontraba, sin darme cuenta te iba echando de menos… pero no era consciente.
Después de ocho años divagando, en el que apenas te veía, viniste a buscarme cuando más te necesitaba. Viniste a rescatarme y a enseñarme todo aquello que aprendiste en los años en que estuvimos separados.
Me enseñaste la esencia de la vida. Una nueva forma de vivir. Me devolviste a mamá y a papá. Volviste a mi vida con más fuerza que nunca. Me hiciste fuerte. Me hiciste ver que juntos no había problemas. Tú quitaste las piedras del camino. Gracias a ti soy quien soy, una persona feliz.
Miro hacia atrás y me doy cuenta que cuando creía que lo había perdido todo, en realidad lo había ganado todo. Recuperaba a mi familia, a mis amigos, a mí mismo…
Pronto retomamos la ilusión de aquel niño cadete que entrenaba con toda la ilusión. Me acuerdo como me esperabas impaciente que acabara de trabajar y, cada noche rodábamos con fuerza, luchando contra el dolor y engrasando la maquinaria que el paso del tiempo había oxidado, nos costaba trabajo, pero cada día volvíamos con más ganas, con la ilusión del niño que soñaba ser Miguel Induráin.
Te portaste tan bien que merecías un traje a la última, un regalo para agradecerte lo que hacías por mí. El traje que con más cariño recuerdo, tu Specialized Tarmac rojo. Con él volveríamos a la ilusión de competir. Competir para pasarlo bien.
No te voy a decir que para mí fuera fácil. Pero con el poder de la ilusión y la fuerza de la mente podía llegar donde fuera. Por primera vez disfrutábamos con las horas en silencio, llegando a sitios maravillosos, compartiendo la ilusión de canalizar la energía negativa y transformarla en positiva.
Aunque nunca estuvimos solos, ¿verdad? No nos podemos olvidar de nadie.
Papá con su vitalidad, dándome todo su apoyo y creyendo en mí incondicionalmente desde siempre, con el espíritu de aquel padre que lleva a su hijo cadete a competir.
Mamá con su cariño, dándonos la fuerza necesaria para sacar el último aliento, superar el límite del sufrimiento para coronar cada puerto y sprintar para llegar el primero a meta.
Carlos con su apoyo silencioso, siguiéndome por todos los rincones. Con su sonrisa tranquilizadora dándome la calma y la ilusión para centrarme en los valores importantes.
Valentín que tanto ha aguantado para devolverme la sonrisa, para ser mi soporte, consiguiendo que sintiera que nunca he estado solo. Siempre entendiéndonos, incluso esos días en que tú y yo no habíamos salido a entrenar, y dándonos fuerza, con un cariño desinteresado y sincero, como un amigo, ese amigo único e irrepetible.
Todos ellos nos han ayudado a encontrar por fin el camino de la felicidad eterna, todos ellos nos han ayudado a conseguir el mejor de los logros, nuestra propia familia. Muchas gracias por lo que hacéis por mí. Ahora ya he encontrado mi sitio, el motivo de mi existencia: Míriam.
Ya sabes que hemos triunfado, nuestros sueños son otros pero se cumplen. Has sido tan buena que te han vestido de Gala, eres la reina de la fiesta, con tu vestido negro y esos zapatos de carbono que tan bien luces. Ya sé que estás un poquito cansada para seguir pasando frío o quemándote con el asfalto ardiente del verano, o retorcerte por las cuestas que tanto te gustan. No es que no te guste correr, te pasa como a mí, necesitas enseñar todo aquello que has aprendido a aquellos que tienen ganas de escucharte.
Da igual como vistas o el look que lleves, siempre serás tú y vamos a seguir el camino juntos, Luchando siempre juntos. Ya no hay piedras en nuestro camino.
Gracias por ayudarme a cuidar de mi familia: del niño más bueno del mundo Rubén, del peque que tan ansiosos esperamos y de mi Todo Míriam. Tranquila, ella te quiere tanto como yo.
Gracias también a Fernando y a Mari Carmen por ayudarme tanto y darme su cariño desde el principio.
A Mi familia que tan bien me recibió después de una temporada fuera de casa.
A Toni y a Marta con los que tan buenos momentos compartimos.
A Nely y Belinda por cuidar de Míriam cuando yo no estaba.
A todos aquellos que nos han ayudado.
Por Raúl Cruz Ruiz, CICLISTA