8 MARZO 2025 - MI CUERPO

05.03.2025 12:15

Te miro en el espejo y no me veo en ti. Eres mi enemigo. Mi vida entera depende de ti. De tu forma, de tus eventualidades, de tu color… Y jamás has sido ni eres ni serás lo que necesito. Eres mi lastre y mi vergüenza. No te quiero.

Desde que puedo recordar siempre me dijeron como tenías que ser. No había alternativa. Eras exactamente el mismo en una princesa de dibujos, en una muñeca, en una actriz… Eras lo que jamás serías cuando yo me asomase en el espejo.

Desde que puedo recordar en mi entorno había papeles con dietas colgados en la nevera o guardados en el primer cajón de la cocina. Recuerdo las visitas a la enfermera para buscar la mía propia cuando aún era una cría de alma y corazón pero tú ya empezabas a mostrar cómo ibas a manifestarte en mi futuro y en mi mundo.

Recuerdo oír de gimnasios y de aeróbic y, para las peques como era yo, danzas de ballet ejecutadas con perfección absoluta por bailarinas calcadas a aquella forma que se esperaba que todas replicásemos. Todo siempre con ese objetivo replicar una forma que era imposible replicar.

No recuerdo un solo momento en mi vida en que estuviera en paz contigo. Ni entonces ni cuando fui creciendo. Ni hoy.

Aquellas épocas en que el infierno me rodeaba en el entorno y por ello tú menguabas y menguabas hasta acercarte mucho al estándar que me pedían tampoco era libre, ni feliz. Seguía necesitando que los demás te aprobasen, te amasen o te desasen. Y en las miradas de ellos intentaba reafirmarme. Daba igual si me trataban de manera absolutamente despreciable, si eran humanos deplorables, si me completaban o si eran buenos para mí. Desconectaba, o eso creía, mi alma de ti y te exponía y ofrecía sin miramientos. Cuanto más te aprobaran, te tocaran, te aceptaran… más sentido tendría mi existencia.

Pero tú vas y vienes y nunca eres como debes y cuanto más quiero que lo seas más logras que te dañe, intoxique y abarrote de porquería que sólo te hace crecer y crecer y deformarte y con ello crece y crece y se deforma mi vida entera.

He pasado años huyendo del espejo. Viendo en él sólo desprecio por quien soy. Oyendo juicios y más juicios, no sólo a mí, de hecho pocos juicios hace esta nueva generación de personas “maduras” a la cara. Pero da igual porque se juzga a la otra y a la otra y a la otra y a la otra y se habla de cómo son y lo poco válidas que resultan. Y se dice que no hacen nada o no hacen lo bastante. Se habla de cómo se alimentan o de como se esconden bajo la ropa. Y por supuesto lo único que consigue eso es que se haya naturalizado que el mundo es un juicio constante, especialmente para nosotras aunque no sólo, en que se nos recuerda en cada telediario, en cada anuncio, en cada serie, en cada póster de la parada del autobús, en cada catálogo de ropa, en cada evento público… en TODAS PARTES, que no somos como deberíamos.

Un día, va a hacer ahora justo 10 años, me puse las gafas lilas. Y entendí la trampa.

De pronto la absolutamente irracional angustia con la que convivía siempre, la culpabilidad que me hundía cada segundo y la ansiedad por no llegar jamás a la meta marcada se descubrió ante mí como uno de los mejores y más eficientes sistemas de alienación social para la mitad de la población que había intentado comenzar a existir con plenos derechos a penas 100 años atrás.

El Patriarcado y el capitalismo de la mano habían creado un sistema perfecto de abstracción que nos mantenía la mente constantemente ocupada y la cartera constantemente vacía en la búsqueda del santo grial que por fin nos mostrase en el espejo lo que siempre nos habían pedido que reflejáramos. Sin mente y sin dinero ergo despojadas del más mínimo poder.

Comprendí entonces de dónde surgía, cómo y por qué la epidemia silenciosa pero imparable que aqueja a muchas mujeres de mi parte del mundo, los trastornos alimentarios. Y comprendí por que el sueño secreto de muchas no era acabar con ello si no lograr uno que nos hiciera menguar todo lo posible, incluso asumiendo el hecho de que de tanto menguar desapareciéramos completamente.

Y seguí comprendiendo al leer a Wolf, a Beauvoir, a Zambrano, Montseny… Comprendí pero…

El espejo seguía mostrándote a ti y la losa que me mantiene esclava de lo que deberías ser y no eres es demasiado pesada para levantarla sola, por mucha fuerza que mis hermanas sororas me transmitan cada día.

Con las gafas lilas vino una nueva mirada al deporte y la actividad física. Empecé a plantearme qué hubiera pasado o qué pasaría si las niñas y adolescentes no hicieran deporte para adelgazar y mantenerse atractivas como pasaba en mi época.

He pensado mucho en qué pasaría si nos enseñaran desde niñas que somos perfectas como somos. Si nos recordasen las mismas veces que nos recuerdan que no somos lo bastante, que somos perfectas como somos.

Un mundo donde todas las personas, incluidas niñas y adolescentes, tuvieran un entorno donde la actividad física no fuese un lujo o un capricho si no un hábito más, como respirar, comer, reír, llorar, ver la tele o bañarnos en la playa en verano. Algo cotidiano, normal, que no conllevase una expectativa concreta detrás.

Seríamos un mundo mejor si la actividad física y el deporte estuvieran de verdad en los sistemas educativos y de salud públicas de manera que fueran universales para todas.

Si fuese así, si no hubiera intereses perniciosos detrás, habríamos aprendido que tú eres lo único realmente nuestro, lo único que va a acompañarnos toda la vida y para siempre. Lo único imprescindible.

Te pido perdón CUERPO MÍO, no sé cuidarte, no sé amarte y empiezo a temer que me hayan herido tan profundo con el puñal del patriarcado que jamás te vea como las piernas que me han llevado por la vida, las que han subido la torre Eiffel o han cruzado el Puente Carlo, las que me sostienen entre los puestos del Sant Jordi de Barcelona, si no que las vea como dos gordas deformidades que esconder. Creo que jamás veré tus brazos como los que sostuvieron a mi hija y a mi hijo y los protegieron ante el mundo entero, si no como dos pedazos demasiado peludos, estriados y flácidos que me aploman. Me parece que no puedo ver mi barriga como el hogar en que ellos fueron engendrados, en que crecieron hasta ser el pequeño ser humano completo que 9 meses después estaba mirándome como si fuera su todo, si no como el bulto mastodóntico, amorfo y terrible que me invalida como ser humano. Me encantaría de verdad ver mi cuello como la columna que me permite mantener la cabeza erguida pese a todos los golpes que me ha dado la vida, pero sólo veo papada y acortamiento y grasa y deformidad en él.

Me encantaría amarte y aceptarte y trabajar contigo. Pero nadie me enseñó que cuidarte era que estuvieras fuerte y sano. Nadie me enseñó que en este mundo donde todo se vende y se compra tú eras mi regalo más preciado porque estás ahí pase lo que pase.

Hubiera sido maravilloso entender el deporte como una forma de potenciarte y de compartir. No tener que hacer las paces con la piel por el hecho de sudar. No sentirme fuera de lugar por ser fuerte y guerrera. Que en vez de llamar machopingo como algo malo me hubieran enseñado que ese también era un poder mío. Qué yo también tenía derecho a usar la fuerza. Cuantísimos golpes, literalmente, me hubiera ahorrado en la vida de saber que podía ser yo.

Ser yo. Contigo. Una sola. Y mirarme y ver mi poder y entender que con 50 o con 110 kilos, con un cuerpo flácido o terso, con una ropa u otra… era capaz de llegar a la única meta que importa: Vivir libre y feliz.

Queda mucho por cambiar, mucho por luchar, pero lo haremos.

Desde el deporte y desde el corazón y el estómago. Desde todas partes.

Lo lograremos por fin y al mirarnos al espejo no veremos un cuerpo que moldear si no un cuerpo que cuidar que amar y por el que pelear porque es el nuestro, el único y sea como sea, tenga las circunstancias que tenga, es perfecto porque es nuestro, porque es nosotras y nosotras… tenemos derecho a sentir, soñar, mostrar y vivir nuestra vida entera en plenitud dentro de nuestra maravillosa piel.

No te quiero, no sé vivir contigo, pero te siento cuando pedaleo en el rodillo o cuando el aire enfría mi piel al caminar por el bosque. Te siento desde dentro y no por lo que se ve fuera. Y gracias a eso, también pues a la actividad física y al deporte, que no se basa en resultados, competiciones absurdas o intereses mercantiles inhumanos, te voy a aprender a querer.

Te lo prometo.

 

Contacto

CD RCR19 C/ OLOT, 47
TERRASSA
08227
626.40.15.03 rcr19raul@gmail.com