26+1 LA CONVOCATORIA COMPLETA
Escribo el 15 de julio de 2024
26 personas.
26 personas envueltas en la sangre roja de nuestro país.
Nadie es ajeno a su historia.
Lo hemos visto en telediarios, lo hemos leído en redes sociales, lo hemos oído comentar.
Son 26 personas como tú y como yo. Con sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas, sus miedos y sus limitaciones.
26 personas que parecen vivir fuera de la sociedad de todos, como si hubiera un rincón distinto en este mundo destinado a que vivan ahí, apartadas, de forma que nos resulten inaccesibles.
Son 26 personas españolas de todas las comunidades, la nuestra hiper representada quizás. Tarragona, Barcelona, Lleida, Girona…
Esas personas eran parte de todos, eran una más y sin embargo hoy…
Están muertas.
Y el mundo sigue y la ceguera se contagia. Y a más roja, menos violeta por desgracia.
Me pregunto que hubiera pasado, cómo estaría el mundo, qué pasaría en la política, en la sociedad general, en las fuerzas de seguridad, en los juzgados si las noticias fueran que el pasado fin de semana…
Carvajal, Dani Olmo, Nico Williams y Cucurella han sido asesinados.
Con horas de diferencia. En puntos distintos de la geografía. Todos muertos. Y si ellos fueran los últimos cuatro de una convocatoria de 26 que no pudo ganar la Eurocopa porque estaban siendo llorados por sus familias y amigos.
No voy a quitarles la Gloria a los campeones. Por cercanía sé lo dura que es la vida del deportista y el mérito que tienen sus triunfos.
Es sólo que los números son caprichosos.
Y esta noche mientras compartía con mis hijos la lógica viralidad de una celebración (otrora comentamos algunas de las masculinidades y consignas de la ocasión que no es moco de pavo), pensaba:
¿Quién será nuestro Gavi?
¿Quién será nuestra víctima 27?
16 de julio de 2024
En Sant Cugat, en Barcelona, al lado de nuestra casa. La 27.
Esas son las 27 que de verdad debieran hacernos saltar del sofá a quemar el país. No digo, repito, que no celebremos los títulos deportivos de nuestros conciudadanos, digo que TAMBIÉN y CON MÁS RAZÓN habría que luchar por acabar con las aberraciones que nos rodean.
La violencia machista se alimenta no de odio y mensajes solamente (al menos no mayoritariamente). La violencia machista se alimenta de silencio y pasividad.
El agresor se hace grande cuando no encuentra a nadie que lo enfrente y la víctima se queda sola cuando no se le abren las puertas de la empatía, la compresión, la protección y la sororidad.
No vengan ahora los punitivistas a decir que penas más fuertes o castigos más severos acabarán con esta lacra. A mí no por favor. Que la que escribe sabe muy bien de lo que habla.
El asesino machista mata porque quiere y porque puede, porque la mujer es suya y lo demás le da igual y acto seguido se tira por el balcón o intenta quitarse la vida. Su objetivo está cumplido, no hay nada en la vida que pueda restarle valor a ese clímax de macho tóxico y venenoso que consigue acabando con la vida de una persona a la que antes ha torturado y aterrorizado hasta dejarla hundida, perdida con suerte, en un sistema demasiado farragoso y poco efectivo que le promete una seguridad que no llega.
Da igual el castigo. Pensar en eso es ir tarde. Muy tarde.
Ellas tendrían que saber que se las va a entender cuando dicen que aman a su agresor, porque lo sienten así, porque además sienten que todo es culpa suya y que su responsabilidad es arreglar al macho disfuncional estándar. Es algo muy anterior a conocer al maltratador, es un mensaje que ha calado en las mujeres por las creencias de generaciones anteriores, publicidad engañosa, redes sociales. Ese amor romántico que necesita del sacrificio y la penitencia del dolor y el sufrimiento para ser realmente amor. Como si las palabras sacrificio, penitencia, dolor y sufrimiento tuvieran algo que ver con el amor de verdad.
Ellas tendrían que saber que no se las culpa ni se les juzga porque se entiende su contexto y que da igual lo que “hayan decidido aguantar” (como si fuera una decisión libre no condicionada por el su mundo) porque estamos ahí y siempre, siempre, decidan cuando decidan pedir ayuda, seguiremos ahí sin juzgar, siendo sólo un espacio seguro al que llegar. Aunque vayan y vengan mil veces. Como el puerto seguro en que su barca, víctima de una tremenda tormenta, siempre podrá volver.
Ellas tendrían que saber que sus hijos e hijas no serán utilizados como arma por parte de su agresor contra ellas. Que no se permitirá que un maltratador eduque a las nuevas generaciones, que no podrá decidir ni limitar el crecimiento personal de esas criaturas.
Tendrían que saber sobre todo que sus hijos e hijas estarán a salvo y que el maltratador no podrá nunca acercarse a ellos. Que no les hará daño. Que no les matará. Que los jueces y juezas de este país darán prioridad por fin a la razón optando por priorizar al menor y poniendo cordura en las sentencias y desterrarán por fin los derechos del macho medieval que aún parecen perdurar.
También ellas debieran saber seguro que iban a tener un lugar seguro para vivir. Un hogar. Y una independencia económica que entre todos abordemos para que pueda restituirse, curarse, resituarse y volver a empezar.
Pero nada de esto forma parte de la realidad de nuestras mujeres. No forma parte de las opciones de las víctimas y no es porque no haya habido intentos de legislar en ello pero…
Tenemos 33 escaños de 350 que niegan abiertamente y sin problemas la violencia machista. Antes al contrario, luchan con el cuchillo en los dientes por deslegitimar la lucha feminista y desmantelar los pocos recursos de que disponen las Comunidades Autónomas así como para sacar la educación en este sentido de nuestras escuelas.
Tenemos 150 escaños que no niegan la violencia machista pero no luchan contra ella abiertamente en sus discursos. La usan como arma con eslóganes tipo: “ha puesto no sé cuánto dinero y las mujeres siguen muriendo (nótese el “muriendo” en lugar de “siendo asesinadas”. Váyase presidente”. Y hasta ahí toda su aportación en sus discursos aunque en los hechos las cosas se tuercen un poco. Ideas reaccionarias, monopolización de la riqueza, sometimiento a la Iglesia y loanzas a la “familia tradicional”. Esas familias dónde la mujer… en fin, lo que llamamos ideología reaccionaria.
Tenemos a 152 escaños que sí, que dicen estar “a tope con el feminismo” pero “es que si os ponéis tan histéricas incomodáis y nos echáis a los hombres. Los amigos de mi edad no lo entienden”. Un extraño feminismo de Zara y de fotos aquí y allá pero que al caerse el decorado muestra un fondo vacío. Y de ese vacío, de ese silencio, de esa pasividad, es decir, de esa COBARDÍA beben los asesinos, violadores y maltratadores varios.
Tenemos 14 escaños que mantienen una lucha incansable Y LEGÍTIMA por un trozo de tela y una línea en el Atlas. Que está muy bien, si no fuera porque se jactan de ser más avanzados, progres, modernos, etc. que nadie y por eso no encajan en el resto y sin embargo… en SUS TIERRAS, en mi tierra, HAN MATADO A 3 de las últimas 5 mujeres asesinadas.
Quédense las tierras quiénes quieran. Devuélvanme a mis hermanas. Y cuando estemos todas juntas, fuertes y de la mano ya lucharemos por todo lo que haga falta.
Podría seguir definiendo escaños pero no se trata de usar eufemismos porque acaban ensombreciendo la verdad.
Hablamos de escaños porque es como se divide el congreso. Pero las sillas no piensan, no votan, no entran ni se van, lo que hay ahí son personas. Cada escaño lo ocupa una persona votada a su vez por una horda de fanáticos. Como si de un zoo se tratase en redes sociales como twitter (X) se dejan ver y muestran sus rostros reales.
Un escaño son 96.175 personas en Madrid, 93.102 en Valencia, 31.014 en Melilla, 46.889 en Soria, 91.472 en Barcelona.
En fin, hagan las cuentas. Son muchos. Muchos y MUCHAS quienes perpetúan esta lacra. Son muchísimos y muchísimas. Somos todos y todas en algún momento.
Todos y todas elegimos a los símbolos que nos representan. Todas y todos decidimos de quién compartimos contenido, a quién le reímos las gracias y a quiénes les perdonamos porque “son muy buenos en lo suyo” (ya sea dar patadas a un balón como el típico futbolista “nostálgico”, hacer terapia como el psiquiatra que mató a Nagore, el político que “como es un friki no tiene peligro”…)
Todos y todas dejamos sola a la víctima porque no nos hace caso, porque aguanta porque quiere, porque ella lo ha decidido, porque no entra en razón…
Todos y todas pensamos que el victimario ha sufrido algo que le ha llevado a hacer una locura, que como amigo es buen tío, que es mi hijo o mi hermano o mi primo (como si eso fuera un salvoconducto para ser una mala persona). Los malos siempre son los otros. No es mi cuñado el reaccionario, ni el grupo de adolescentes del colegio que bromean con hacer “una manada”, no. Los victimarios son locos que nacen de la tierra como los champiñones. No nacen de su madre ni matan a su mujer. No fueron al colegio contigo ni trabajan en el bar en que te tomas el café. No. No son de los nuestros. Y mientras, los y las locas, aquí una con carnet oficial, vemos desde fuera preguntándonos en qué momento la locura te convierte en un asesino porque tú sabes que esa es una falacia terrible. Pero una mentira más que sirve para ocultar la verdad: “les conoces, les apoyas, les proteges”, bienvenida sea.
Todos y todas consumimos la televisión de forma irresponsable y las redes todavía de forma más temeraria llenándonos la mente de fake news y el corazón de la bilis de quienes se alimentan y viven de que nos odiemos para que nos dé tiempo de mirar hacia arriba.
Todos y todas permitimos y aupamos el machismo, el racismo, la aporofobia, la lgtbifobia, el bulling, el especismo… cuándo no hacemos nada para remediarlo. Ya sea denunciar un tuit, parar a un conocido o a una conocida cuando está siendo tóxico, cambiar de canal o dedicar tiempo a unas actividades en lugar de a otras.
Todo y todas. Pero no todos por igual.
Yo estoy intentando cambiar. Yo quiero cambiar. Yo quiero un mundo mejor y que ni una sola mujer muera por el hecho de serlo. Yo quiero ser parte de la solución.
¿Y tú?
¿Serás parte de la solución o del problema?